Keith Haring en Madrid
Ha tenido que pasar más de un año para que sienta en mis cannes envidia cochina por ti.Resulta ¿atractiva? la idea de controlar una puerta tras la cual se realiza más actividad física que en todas las maquinas de todas las cadenas de gimnasios para los que trabajas juntos. Y, no voy a negarlo, tener a tu lado una voz que abre puertas (no voy a decir que nº ni en que misteriosas colinas) tampoco es para quejarse. Pero la envidia que siento en este momento no puede superarla ninguna anécdota que me podáis contar. A no ser que me digáis que Jorge Drexler y Cristina Lliso han hecho un concierto homenaje a “x” (x = cualquiera de los grupos que suenan en mi ordenador) en el salón de vuestra casa, la de los dos a la vez.
Tiene que ser fuerte llevar una vida sin presumir la devoción que se siente por un artista del que nadie sabe el nombre y todos llevan algún dibujo y que de repente se le haga una exposición a la vuelta de la esquina, justito justito en la calle por la que pasas a diario, justito justito en el mimo sitio por donde pasaba la prima de tu cuñado cuando echaron el reportaje en televisión, en cualquier canal, pero en Madrid.
Pues nada, que lo disfrutes.
Yo seguiré tratando de saber que diablos ha pasado y contando heridos en el campo de batalla que es mi ordenador.
PD: En caso de leer este post por equivocación, error de URL o pérdida de locuacidad. Se avisa del posible daño moral que algunas imágenes del inocente Haring pueden provocar en el curioso espectador (aunque dudo que nuestros escasos y apresurados lectores vayan más allá del enlace directo).
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