La navidad en casa de los Mandela
"A cuatro leguas de Pinto
Y a treinta de Marmolejo
Existió un castillo viejo
Que edificó Chindasvinto..."
Así comienza La Navidad o termina el año en Cá Mandela. No importa que la sidra sea sin alcohol, ni el número de comensales.
Cuando era pequeño me aburría porque mis padres no me dejaban pedir el aguinaldo. No me dejaban jugar con el yo-yo, ni con los soniditos dichosos de mi reloj o la maquinita de Donkey Kong que tanto molestaban a quien tocara estar con dolor de cabeza.
Imaginad lo duro que se hace para un niño hiperactivo único (único niño) pasar tantas cenas (eternas pensaba yo) encerrado en casa de algún familiar rodeado de mayores -todos ganadores en algún concurso de canas- sin poder hacer nada excepto leer el TP, al que me aficioné gracias a las semanales visitas a la abuela Mandela.
Me obligaban a arreglarme, me O-B-L-I-G-A-B-AN (hoy aun me siento culpable cuando me pongo los vaqueros y el mismo chaquetón del día anterior) Sí, aunque no lo creáis. sé que los que conocéis a mis padres dudareis de estas palabras pero, debe ser cosa de preconcepciones, como aquella vez que una amiga del instituto quedó alucinada al descubrir que en mi casa había una tele. La pobre chica debía pensar que en cá Mandela vivíamos de nuestros propios productos cosechados en la terraza (que casi, porque la plantación de Mama Mandela era digna de alabanza amazónica) y que eso de tener un televisor no se corresponde con la imagen que ella se había hecho, supongo que imaginaba a uno de mis padres tocando el piano mientras otro recitaba poesía (lo peor es que a veces se puede ver).
El caso es que la navidad de los Mandela es una navidad de la 1ª, obligada. No importa que nadie vea la televisión, basta que yo me mueva con sigilo y ponga algún zapping o cualquier recopilatorio de porrazos para que se escuche una atronadora voz a coro "¿Quien ha cambiado la tele?" y acto seguido poner la 1ª y volver a dar la espalda a la tele mientras siguen riendo a carcajadas porque
"...Cabalgando en un corcel
De color verde botella
Raudo como una centella
Llega al castillo un doncel...."
Encima mi madre nació entre un año y otro, como no sabiendo si ser la última o la primera. Por eso es la primera para muchas cosas (entre otras regañarme por no haberme arreglado en Navidad) y la última para lo que le interesa.
Y yo nací el día después de Reyes, con la resaca. Sabiendo perfectamente que nacía al principio de todo pero cuando la fiesta ha terminado. Con un saborcillo más a fin que a comienzo, más a vacío que a lleno. Con las cajas de juguetes tiradas en los contenedores, la gente metida en casa, calentita, jugando a lo que sea y preparándose para la vuelta al cole/trabajo (excusa perfecta para no salir a tomar algo con el
aniversariado). Podría hablaros de la facilidad con la que se reciben camisas de lunares, de cuello setentero, de color rosa...cuando se cumplen años en plena furia de rebajas. Lo fácil que es que todo el mundo esté ocupado...Lo de mis cumpleaños tiene tema para infinitos posts.
Pero la navidad en Cá Mandela tiene miga, miga de pan con la que se hacen pastorcillos microscópicos en plan Do It Yourself.
A lo que iba, que mi madre cumple, y que yo cumplo (a medias y obligado) y hago como que como. Pero claro, cómo se come cuando se come con gente que con las 12 uvas tiene menú para dos semanas. A veces pienso que si no les da tiempo a comerse alguna las deberían meter en un tupperwear y tener postre para meses. Dios mio que hambre paso en Navidad. Eso era hambre y no lo de Etiopía! (sé que el comentario ha sido poco afortunado). Que hartón de cabello de ángel. Huevo hilvanao como me gusta llamarlo.
Mi tío Rafa amenizaba las fiestas con artículos de broma sacados de su librería. Eso sí era un puntazo ¡Mamá, el agua sale roja! ¡Mamá, el agua sale azul! Mira la serpiente que sale del huevo, mira el ratoncito que tengo en el bolsillo. Y cuantas veces me quedaba alucinado al ver lo fácil que le resultaba amputarse el dedo gordo y volver a pegárselo, como con imanes. Este año ya no estará, pero estará, ya me entendéis.
Al final me ponía pesado y conseguía esquivar a mis padres y pillar algún que otro aguinaldo, gracias al cual, y sumado al eterno dinero de mi cajón, conseguía comprar algún reloj o aparatejo que no me dejarían utilizar el año siguiente. En cambio tendría que recordar que
"...Aquí acaba la layenda
Verídica, interesante,
Estremecedora, horrenda
Que hubo de un castillo viejo
A cuatro leguas de Pinto
Y a treinta de Marmolejo."
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