madrid con k

Creo que me va a cambiar el acento. Ya sé que en dos años que llevo en Madrid no me ha dado por decir “la dije”, pero creo que estoy a punto de dar un paso definitivo, o al menos tan definitivo como es cualquier cosa que pueda ocurrir en mi vida. Como buen madrileño, ya soy capaz de dejar un trabajo indefinido por otro que me promete 5 meses de contrato; cambio un horario malo por otro acaparador y un paseo andando por un trecho de metro. Todo por la aparente posibilidad de un futuro mejor. A partir de hoy, estad más atentos que nunca a mis frases; dentro de poco llegará mi primer leísmo.

Entre las extrañas cosas que hago en Madrid, el último fin de semana tocó casa rural, que es algo así como un método rápido para desintoxicarse de la capital sin salir de una casa que no es la tuya. En esta ocasión, y como nunca podemos hacerlo en las fechas adecuadas, nos decidimos a celebrar el fin de año. Y como dicen que hacerlo antes da mala suerte, celebramos la llegada del 2005, con 11 meses de retraso. Así que mi situación extraña de esta semana consiste en una reunión genial con un puñado de migaleros, geólogos, farmacéuticos, gerentes, empresarios, un psicólogo coleccionista de zapatillas, un miembro del club de fans de parchis y una chica que ha tenido el dudoso honor de ver a Bender tatuado en un culo. Todos ellos enchaquetados (palabra de honor en versión femenina), atentos, uva en mano, a una cinta de video grabada hace 11 meses. Ávila debe ser precioso.