Lo que no sirve no sirve
Guardamos de forma sistemática objetos o herramientas, que normalmente venían con alguna adquisición, mueble o compra, con la idea de que pueden ser de utilidad en un futuro.
Cuando llega ese día, el día en que tal objeto o herramienta nos puede ser de utilidad, ni siquiera recordamos que lo tenemos, no asociamos dicho objeto a la función para lo que nos hace falta o mejor aun, olvidamos completamente donde lo hemos guardado hasta que un día de forma casual volvemos a toparnos con él. Lo miramos, dudamos, y lo volvemos a poner en el mismo sitio con la misma estúpida intención de sacarle partido en un futuro.
Cuando era pequeño todos esos objetos acumulados iban desapareciendo conforme me olvidaba de ellos y mi madre conseguía tirarlos, supongo que dejándolos caer del dobladillo de sus pantalones al estilo Cadena Perpetua, día tras día bajo la atenta supervisión del guardían de los tesoros que era yo.
Cuando era pequeño, decía, todo ese cúmulo de objetos era excusable por la misma razón por la que podía comerme los mocos en público sin sentirme mal, porque era pequeño. Sin embargo ver algunos cajones o cajas de mi cuarto en casa de mis padres no tiene excusa alguna.
En el 1º cajón del escritorio desde donde estoy posteando, puedo encontrar un mando a distancia para un equipo de música que manipulo con solo estirar mi brazo a la izda; 12 bolígrafos de distintos tipos y tamaños, todos ellos guardados en su día previendo la necesidad de una anotación rápida que no podría hacer porque la mitad tienen la tinta seca; 4 folletos de instrucciones de otros tantos cachivaches comprados recientemente; cartas con facturas de las que no me fío; un cutter, un disquette, pilas aa para el ratón, pilas aaa para el mp3 (casi nunca están llenas); unos cuantos clips cruzados tan grandes que no los uso nunca; tornillos de ordenador (¿Dónde están cuando los necesito?); cleenex, un imperdible, pegatinas...
Cuando llega ese día, el día en que tal objeto o herramienta nos puede ser de utilidad, ni siquiera recordamos que lo tenemos, no asociamos dicho objeto a la función para lo que nos hace falta o mejor aun, olvidamos completamente donde lo hemos guardado hasta que un día de forma casual volvemos a toparnos con él. Lo miramos, dudamos, y lo volvemos a poner en el mismo sitio con la misma estúpida intención de sacarle partido en un futuro.
Cuando era pequeño todos esos objetos acumulados iban desapareciendo conforme me olvidaba de ellos y mi madre conseguía tirarlos, supongo que dejándolos caer del dobladillo de sus pantalones al estilo Cadena Perpetua, día tras día bajo la atenta supervisión del guardían de los tesoros que era yo.
Cuando era pequeño, decía, todo ese cúmulo de objetos era excusable por la misma razón por la que podía comerme los mocos en público sin sentirme mal, porque era pequeño. Sin embargo ver algunos cajones o cajas de mi cuarto en casa de mis padres no tiene excusa alguna.
En el 1º cajón del escritorio desde donde estoy posteando, puedo encontrar un mando a distancia para un equipo de música que manipulo con solo estirar mi brazo a la izda; 12 bolígrafos de distintos tipos y tamaños, todos ellos guardados en su día previendo la necesidad de una anotación rápida que no podría hacer porque la mitad tienen la tinta seca; 4 folletos de instrucciones de otros tantos cachivaches comprados recientemente; cartas con facturas de las que no me fío; un cutter, un disquette, pilas aa para el ratón, pilas aaa para el mp3 (casi nunca están llenas); unos cuantos clips cruzados tan grandes que no los uso nunca; tornillos de ordenador (¿Dónde están cuando los necesito?); cleenex, un imperdible, pegatinas...
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