Nuestros entrañables amigos los albañiles
Por todos es sabido que mi jornada laboral suele transcurrir de noche, a partir de las 20:00 pm, o simplemente carezco de ella.
Esa circunstancia me ha permitido profundizar en el conocimiento del interesante enternecedor mundo del martillazo contra paredes (me está viniendo a la mente un capítulo de "Búscate la vida" cuando nuestro entrañable y treintañero repartidor de periódicos ingresa en el gremio de los fontaneros).
Los albañiles, al igual que los gorrillas, tienen sus códigos secretos para reconocerse unos a otros. Además de los conocidos como llevar casco, vaqueros lavados al yeso, botas marrones y reloj casio negro (una vez me explicaron que es carne de perro y se le quita fácil el cemento) existen otras señales o hábitos. Para reconocer a un verdadero currante solo hay que observar.
Estos son los requisitos básicos para reconocer a un currante de los buenos :
Hace más de 4 años que se hizo la rehabilitación del edificio donde vivo. Todos los vecinos nos comprometimos a reformar al mismo tiempo nuestra vivienda a cambio de recibir una ayuda que hiciera más liviana la carga económica de la mencionada rehabilitación.
Eso fue hace más de 4 años digo, y no hubo ayuda a la rehabilitación porque las reformas fueron chusqueras, sui generis y a destiempo. La reforma de mi vecino, por entonces presidente de esta nuestra comunidad consistió en dejar la habitación que está junto a mi dormitorio sin ventana con la consiguiente humedad en invierno y efecto horno en verano (lo del color pistacho de las paredes es cuestión de gustos). Finalmente, y tras ocupar el hueco de las escaleras de almacén durante años, ha comenzado su segunda reforma, consistente en derribar todo muro colindante con mi casa y llenarme de polvo cualquier habitación.
Ellos pican y golpean y yo subo el volumen para olvidarlos, ellos empiezan la obra en edificio de en frente y yo bajo más las persianas para poder andar en calzoncillos en mi propia casa.
Conclusión: ellos ganan dinero y yo pierdo vista y oído.
Esa circunstancia me ha permitido profundizar en el conocimiento del interesante enternecedor mundo del martillazo contra paredes (me está viniendo a la mente un capítulo de "Búscate la vida" cuando nuestro entrañable y treintañero repartidor de periódicos ingresa en el gremio de los fontaneros).
Los albañiles, al igual que los gorrillas, tienen sus códigos secretos para reconocerse unos a otros. Además de los conocidos como llevar casco, vaqueros lavados al yeso, botas marrones y reloj casio negro (una vez me explicaron que es carne de perro y se le quita fácil el cemento) existen otras señales o hábitos. Para reconocer a un verdadero currante solo hay que observar.
Estos son los requisitos básicos para reconocer a un currante de los buenos :
- Si pasas todos los días junto a una obra y el montón de arena está igual aunque siempre parezca que hay uno haciendo cemento.
- Si hay 2 metidos en la furgoneta tomando un tentenpié dejando que trabaje el 3º, y el 3º está sentado sabiendo que sus compis están en la furgoneta y no lo ven.
- Si más del 50% van sin camiseta y los pantalones muestran un generoso escote trasero.
- Si el tiempo de trabajo es inferior al tiempo de descanso o parada para desayunar (única especie animal que desayuna 5 veces)
- Si, y solo si, se refrescan con un litro de CRUZCAMPO que abren con un mechero o tenedor.
- Cuando dejan las herramientas en la habitación con cosas delicadas y fijan la polea en la zona de la fachada que esté más limpia.
Hace más de 4 años que se hizo la rehabilitación del edificio donde vivo. Todos los vecinos nos comprometimos a reformar al mismo tiempo nuestra vivienda a cambio de recibir una ayuda que hiciera más liviana la carga económica de la mencionada rehabilitación.
Eso fue hace más de 4 años digo, y no hubo ayuda a la rehabilitación porque las reformas fueron chusqueras, sui generis y a destiempo. La reforma de mi vecino, por entonces presidente de esta nuestra comunidad consistió en dejar la habitación que está junto a mi dormitorio sin ventana con la consiguiente humedad en invierno y efecto horno en verano (lo del color pistacho de las paredes es cuestión de gustos). Finalmente, y tras ocupar el hueco de las escaleras de almacén durante años, ha comenzado su segunda reforma, consistente en derribar todo muro colindante con mi casa y llenarme de polvo cualquier habitación.
Ellos pican y golpean y yo subo el volumen para olvidarlos, ellos empiezan la obra en edificio de en frente y yo bajo más las persianas para poder andar en calzoncillos en mi propia casa.
Conclusión: ellos ganan dinero y yo pierdo vista y oído.
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